Tomar un
poquito de cielo azul sin rastro de nubes. Deshilachar con mucho cuidado una
nube, ni grande ni pequeña y mezclar
suavemente cada hilito con una
cucharadita de batir de alas de mariposas, de no tener a mano esto último
se puede sustituir por las de colibrí, libélula, hada o deseo. Añadir dos
pizcas de rumor de olas, secretos de caracola, calorcito de la mañana del que
abriga el alma sin quemarla. Dejar macerar durante unos cuantos latidos
preferiblemente inspirando suavemente y con los ojos cerrados. Cuando el
brebaje comience a tornarse color sueño, añadir ruidito de hojas secas, unas cuantas
huellas de niños, gnomos o duendes. Remover con paciencia y confianza mientras
se espolvorea la masa con algunos trinos
y gritos de niños a ser posible muy felices. En ese momento se añaden unas
cuantas buenas historias y con un cuenta gotas
tres lágrimas de emoción, siete de llanto limpio y once de compasión.
Cuando
comience la ebullición y las burbujas de sueños salten, como canicas, por toda
la casa, jugar a atraparlas una a una y sazonarlas bien con suspiros, dulces
acordes y sonrisas al gusto. Ponerle noche para que quede bien equilibradito,
pero no muy negra, sino azul índigo de cielo de una noche de verano con polvo
de estrellas y asteroides, raíces de baobab y preguntas de principitos
importadas, preferiblemente, de nunca jamás o del país de las maravillas.
Añadir sin
mesura muchos recuerdos bellos de esos que nos transportan al mismo cielo,
todos los que quepan.
Servir adornado
con verde de hierba fresca aromado con olor de la misma recién cortada. No
olvidar un toque de tierra recién mojada
y vida recién parida.
Y tomarlo a
sorbitos pero en buena compañía.
Es un plato
delicioso y nutritivo, de digestión fácil e inmediata pero que siempre ha de
ser compartido con todos aquellos que precisen de seguir soñando.
Teresa Delgado © 2013
Precioso ...como todo lo que escribes.
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