NANA DE LA LUNA


miércoles, 1 de febrero de 2012

CONTARA LA LEYENDA de Andrea Bergmann Tomeo





 CONTARA LA LEYENDA

Existió una viajera de solitarias andanzas, de trillos trazados y también inventados, solamente su piel entre el claro amanecer y el crepúsculo encendido, muchas veces solamente su piel...
Un día cualquiera, atendiendo quizás el llamado sutil del silencio andariego, sólo por no ser tan callado, buscó compañía para el viaje. Encontró un pequeño amor, una tibia lucecita saltarina, sonriente, un arlequín de mochila, que no dudó en acoplar a su equipaje.
Aquella extraña figura comenzó a rodearla alegremente, a veces luz, a veces ternura de peluche, a veces chispa risueña, a veces amoroso abrazo sin tiempo...
Llegó una tarde de nubes inquietas en un tramo del viaje, una tarde de silencio fresco y el motor roncando levemente por detrás de los asientos del tren. La chispa saltarina se durmió en su traje de luces, profundamente.
Tan profundamente que sus ojos cegados por un sol revelado en un descuido del nubarrón no pudieron abrirse a tiempo en la estación. La viajera otrora solitaria no dudó en saltar al andén dejando a su pequeño amor dormido en el vagón que reiniciaba su lenta marcha.
En las manos laxas de la dormida personita, dejó un papelito con la dirección del próximo hostal al que arribaría después de unas cuantas estaciones más y un caramelo aplastado, tal vez como despechado testimonio de la dulzura que le había sido ofrendada... tal vez como cruel recompensa de amor.

No tardó en despertar el chispeante personaje y sorpresivamente encontrarse abandonado en el desconocido camino. Leyó la sarcástica misiva, guardo el caramelo en un bolsillo, descendió en la primera estación y empezó a andar sin rumbo, con el corazón desolado.
Anduvo y anduvo, campo, cielo, tierra árida, pasó por el hostal mencionado en el arrugado papel y siguió de largo...Solamente anduvo...

Al cabo de un tiempo llegó a un lago, extenso, cristalino, sereno, una imagen paradisíaca para sus extenuados pasos e irritados ojitos. Pero más fuerte aún fue su sorpresa cuando vio en un recodo de la orilla, descansando al abrigo de los rayos solares, sonriente de insensible felicidad, a la mujer que en aquel acto despiadado le había abandonado en el tren, dejando como únicas pruebas de su efímera presencia un papelito escrito a las apuradas y un caramelo semi derretido.

Víctima de un severo cansancio, por momentos delirante de sed, hambre, soledad, con el alma que antes fuera revoltosa de alegría, opaca de dolor, no pudo soportar la indecente visión que ante sí tenía y se desvaneció, deslizándose entre los velos transparentes del agua del lago, sin hacer el más mínimo ruido.

A la medianoche, una luna completa se reflejaba en el centro de la extensión acuífera, se miraba en el espejo quieto y que a su vez la adoraba tiernamente. La bella luna, sintiéndose enamorada, dejó caer semillas de plata, trazó un sendero ancho en el que se tendió cuan larga pudo para entregarse al sensual amante que la reclamaba acariciándola suavemente. Fue entonces que de entre los espacios oscuros de las ondas del lago surgió una figura de extrañas proporciones, un cuerpo muy grande con dos esferas amarillas refulgentes que parecían ojos, un sinnúmero de extensiones a su alrededor, rítmicas, cadentes, que parecían brazos y piernas. Toda la masa corpórea cubierta de placas azules, verdes, marrones y plateadas, que parecían escamas... Floto, caminó. nadó o voló, era indescifrable su movimiento, pero se elevó hasta tocar la mejilla de la luna y soltó un chispazo que pareció un beso. Giró sobre sí mismo y se precipitó raudamente hacia la tierra, en dirección a la cabaña que habitaba la mujer. Atravesó las paredes como si no existieran, ni siquiera las cortinas livianas dieron cuenta de su presencia, colgaban inertes, dormidas sobre los fríos vidrios, detuvo su marcha y la observó dormida en el lecho, las sábanas arrugadas de inquietud, la piel salada de sudor. Acercó toda su envergadura hacia ella sin tocarla, la envolvió con su simple esencia hasta hacerla estremecer y gemir de incertidumbre, lentamente iba coronando su entorno con cientos de escamas verdes de campo, azules de cielo, marrones de árida tierra y plateadas de madre luna que le engendrara. Una y otra vez su movimiento místico alteró el sueño de la fémina, una y otra vez dejó caer las coloridas señales de su visita, una y otra vez la hizo estremecer...
Un instante antes de la primera luz del alba, simplemente desapareció. Un instante después de la primera luz del alba la mujer despertó sobresaltada, agitada, incrédula ante la imagen de si misma que alcanzaba a percibir desde su inmóvil horizontalidad, no lograba definir si vivía una pesadilla o si era la realidad que la golpeaba más fuerte aún: rodeada de escamas de colores y la piel blanda, pegajosa, oliendo a empalagoso caramelo.
Sin más señales, la habitación cerrada, intacta, las cortinas quietas atajando el día... ninguna nota sobre la mesa, ningún papel entre los dedos. En un furioso y enloquecido impulso, saltó de la cama abrió la puerta y ostentando su franca desnudez salió corriendo hacia el muelle primero que se internaba unos cuantos metros en lo profundo del lago. En su loca carrera pretendía despojarse de las placas de colores que parecían perseguirla y en especial limpiar su piel sazonada de caramelo. Corrió sin medida sobre las crujientes tablas del muelle y el último paso lo dio en el aire, sobre el agua casi congelada del amaneciente lago.

Contará la leyenda que en las noches de plenilunio, entre los huecos oscuros del sendero de plata sobre el agua, se elevarán dos cuerpos de extraña forma, el uno brillante de placas de colores, campo, cielo, tierra y luna; el otro atractivo cubierto de un manto de sedosa miel y entrelazados con formas que parecen brazos y piernas, con luces que parecen ojos, y movimientos cadentes, parecerá que se aman y besan danzando un ritmo misterioso entre pasión y ternura, entre locura y sosiego...

Un instante antes de la primera luz del alba simplemente desaparecerán y abandonándose el uno del otro, coronarán la orilla del lago de verdes, azules, marrones y plateadas escamas y será el agua dulce, liviana, el refrescante elixir para un sediento caminante.


 Andrea Bergmann Tomeo

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