Nubes mágicas |
Amo recordar las maravillosas anécdotas que aún hoy me
regala mi hija. Pero cuando de pequeña era especialmente prolífera en ellas.
Guardo como un regalo un delicioso recuerdo de uno de nuestros viajes desde la
Isla de Gran Canaria a la de La Palma,
cuando ella tenía unos cuatro años. Siempre que me viene a la memoria no
puedo evitar sonreír con una de esas sonrisas que te ilumina el alma.
Isis, estuvo durante los aproximadamente 55 minutos que dura el vuelo, observando el paisaje de detrás de la ventanilla del
avión y viendo como las nubes quedaban,
primero sobre nuestras cabezas, luego envolviendo el artefacto alado y finalmente
debajo de él.
Quedó maravillada cuando el avión entró a las mismísimas
entrañas de aquel bellísimo mar de nubes y posteriormente cuando volamos por
encima de él dibujando sombras para finalmente
realizar el proceso a la inversa.
Ella, particularmente curiosa, no paraba de hacer preguntas,
ya había viajado unas cuantas veces en avión pero aún le quedaban dudas
aeronáuticas, físicas y yo diría que hasta cuánticas.
— ¿Por qué se
mantiene un avión en el aire mamá? ¿Y por qué los humanos no podemos hacerlo
sin avión? ¿Se pueden romper las nubes? ¿Cómo se llaman esas cosas que están
dando vueltas debajo de las alas? ¿El
tiempo va más rápido cuando vuelas en un avión?...
Yo que, por otra parte, estoy muy habituada a escuchar a los
niños, nunca me canso de sus ocurrentes preguntas y mucho menos de las
respuestas a las mismas si les das la oportunidad y un poco de tiempo para que elaboren
sus propias conjeturas. Estas, teñidas de su maravillosa creatividad e
imaginación me parecen auténticas genialidades, de manera que los viajes con Isis me
resultaban particularmente entretenidos y divertidos y aún hoy continúan
siéndolo.
Cuando aterrizamos en el aeropuerto de la Palma aquel
luminoso día de verano, la niña en un acto totalmente espontáneo, abordó a la
azafata diciéndole:
— Por favor nena, felicite al chofer de mi
parte.
— Por supuesto mi
niña. ¿Por el buen aterrizaje?-
Respondió la azafata.
— No, felicítelo
porque no se le enredó ni una nube - Y
sin pestañear a la hora de usar su recién estrenada palabreja, añadió- en las tuNbinas...
Salimos de aquel avión ATR72 en volandas de las risas de los
pasajeros que escucharon la ocurrencia, después de pasar por cabina ante la
solicitud expresa del “CHOFER” del avión.
Teresa Delgado © 2012
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