Abrazo espontáneo de niños y niñas de cinco años tras la finalización de una sesión de cuentos |
Abrazo espontáneo de niños y niñas de tres añitos embriagados de cuentos |
Niño no alcanzaba a escuchar más allá de lo que le permitían sus orejas de niño, ni a ver más allá de lo que le permitían sus pequeños ojos, tampoco su voz podía ser más fuerte de lo que es la voz de un niño, ni sus brazos conseguirían jamás llegar más lejos de le permitía su pequeño tamaño.
Sin embargo niño, aunque no alcanzaba a saber de que manera, escuchaba todo cuánto necesitaba saber, veía todo lo suficiente para aprender, y conseguía que le escucharan cuando hablaba. Niño tampoco logró nunca entender que ocurría para que, tan a menudo lo abrazaran aunque realmente tampoco le importaba nada que no fuera el propio abrazo.
Niño hubo de hacerse hombre para entender que todos aquellos que hasta entonces le habían hablado, pudieron o no dejar huellas en su alma, pero que en cambio, todos aquellos que le escucharon sí que llevaban en las suyas sus pequeña voz y sus palabras para siempre, también como pegados a sus pechos la sensación de sus diminutos brazos y el contorno de sus manos palmoteándoles la espalda. ¿Quién consolaba a quién?
Niño, cuando se hizo hombre vio con claridad que todo cuanto vio entro a su memoria, también los que escuchó o experimentaron sus sentidos estallándole en sinápticos aprendizajes pero que todo lo que le mostraron con amor pasó a ser parte del paisaje de su alma, de la misma manera que, indiscutiblemente, él fue el paisaje preferido de muchas miradas.
Sobretodo supo, cuando se hizo mayor que los abrazos más gratos, sinceros, mágicos e inmensos caben en los diminutos brazos de un niño y que mantenerse dignos de ellos es una señal indudable de que andamos por el buen camino.
Teresa Delgado © 2012