Resultó
ser que en esos días de desajuste climático y adaptándonos a otros
avatares que se fueron sucediendo, sobró el tiempo para diálogos y
conversaciones de variada profundidad. Tal es así que en uno de esos
académicos momentos, con el alma re
podrida del mal tiempo y con las mallas de baño arrugadas en el fondo de
la mochila, se me ocurrió pensar que el palafito era un buen espacio
para el paso de animales, todo tipo de animales, que sentiríamos durante
la noche, rozando las tablas del piso del dormitorio. Como era de
esperar, el divague se me disparó de tal modo que no sólo pasarían por
debajo de la casa los autóctonos de la zona, sino también un sinnúmero
de exóticos tales como castores, dromedarios, osos polares,
rinocerontes, delfines, pterodáctilos, etc. En el punto álgido de mi
brillante alocución, mientras imaginaba el sonido del cuerno del rino
contra las tablas debajo de la cama o el aleteo de algún cóndor volando
re bajito en los 70 cm. entre el pasto y la casa, mi compañera muy
atenta a mis singulares explicaciones, comentó seriamente: “claro, van
para Alaska”.
La velocidad de la mente es incomparable al reloj. En los escasos larguísimos segundos entre recibir la información y preguntar “qué dijiste?”, pueden pasar cientos de pensamientos, uno tras otro, sin pausa y perfectamente diferenciables, a saber: “Alaska?, por qué dijo eso? No estuvimos hablando del norte de EEUU, no tenemos planeado un viaje a esas tierras, no hablamos de nieve (estaba feo el tiempo, pero no daba para tanto), no estábamos en Navidad (por Papá Noel) ni el Fiat parece un trineo, no habíamos entablado relación con esquimal alguno en los últimos 50 años… No existía motivo para que benteveos, nutrias, tortugas, lagartos, hipopótamos, monos o grillos emigraran de las costas rochenses a Alaska precisamente. Por lo tanto, no habiendo llegado a una conclusión lógica para tan agudo comentario, al cabo de esos 2 segundos de profusa actividad mental, pregunté: “Qué dijiste..? Alaska..? Por qué Alaska..?” Después de la consabida carcajada como primera reacción ante mi inocente pregunta recibí la respuesta con el comentario común en estos casos: “eso que es de mañana y todavía no tomaste nada… Qué “Alaska”..? Al arca, dije, “van para EL ARCA”.
Ahí me cerró mejor el cuento…
Y por supuesto nos quedó tema y risa para el resto de los días allí y por varios más… y bien podemos afirmar que una noche se nos movió la cabaña entera, no sabemos si fue el furioso viento o… algún “bichito” que pasó por abajo y se rascó el lomo…
La velocidad de la mente es incomparable al reloj. En los escasos larguísimos segundos entre recibir la información y preguntar “qué dijiste?”, pueden pasar cientos de pensamientos, uno tras otro, sin pausa y perfectamente diferenciables, a saber: “Alaska?, por qué dijo eso? No estuvimos hablando del norte de EEUU, no tenemos planeado un viaje a esas tierras, no hablamos de nieve (estaba feo el tiempo, pero no daba para tanto), no estábamos en Navidad (por Papá Noel) ni el Fiat parece un trineo, no habíamos entablado relación con esquimal alguno en los últimos 50 años… No existía motivo para que benteveos, nutrias, tortugas, lagartos, hipopótamos, monos o grillos emigraran de las costas rochenses a Alaska precisamente. Por lo tanto, no habiendo llegado a una conclusión lógica para tan agudo comentario, al cabo de esos 2 segundos de profusa actividad mental, pregunté: “Qué dijiste..? Alaska..? Por qué Alaska..?” Después de la consabida carcajada como primera reacción ante mi inocente pregunta recibí la respuesta con el comentario común en estos casos: “eso que es de mañana y todavía no tomaste nada… Qué “Alaska”..? Al arca, dije, “van para EL ARCA”.
Ahí me cerró mejor el cuento…
Y por supuesto nos quedó tema y risa para el resto de los días allí y por varios más… y bien podemos afirmar que una noche se nos movió la cabaña entera, no sabemos si fue el furioso viento o… algún “bichito” que pasó por abajo y se rascó el lomo…
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