Cada mañana el mismo frenético ritual. Salir despedida del calor de las sábanas. Engullir alimentos, beber la leche calentita- eso si me gustaba-, desnudarse de pijama suave,el agua fría, vestirse rápidamente y peinarse aún más rápido. El claxon del pequeño autobús era el indicio de que había llegado la hora de dejar el calor del hogar. Prisas. Un bolso pequeño y el abrigo rojo con forro azul frío...
Aún puedo sentir el frío del azul, casi tanto como la punzada en el estómago, casi tanto como aquella bola sorda en la garganta.
Creo que fue entonces cuando aprendí a tragar llanto y ganas. Ganas de quedarme en la cama caliente, ganas de quedarme en los brazos de mamá, ganas de jugar con mi caperucita roja, ganas de no tener prisa, ganas de no tener miedo, ganas de ser pequeña.
Si, casi estoy segura de que fue por aquella época cuando aprendí a no decir "NO" a ni siquiera insinuar un "NO QUIERO".Lo llaman indefensión pero para mi es lo mismo aún sin nombre.
Mamá había tenido un bebe y yo era lo suficientemente mayor como para entender que ella necesitaba todo el tiempo para él, después de todo ya tenía dos años.
Muchas veces siento el frío azul del forro de mi abrigo. También paradójicamente lo añoro porque finalmente acababa abrigando mi alma. Ha pasado mucho tiempo y me sorprende que el solo hecho de, aún hoy , ver un abrigo rojo de niña me traslade a esas vivencias. Recuerdos si, pero también sensaciones.
Me pregunto cómo puede recordar la piel algo tan insignificante.
Teresa Delgado © 2012
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